Desde que don Jacinto habitó su finca de campo, El Torreón, hasta que salió de allí para no volver -unos diez años- nunca hubo rosas en los rosales que allí se plantaron en varios arriates. En El Torreón hubo siempre petunias, jacintos y azucenas. Jamás brotó una rosa. Pues bien, desdé el día siguiente de la muerte de don Jacinto, comenzaron a salir rosas en aquellos rosales hasta entonces estériles; y desde aquel momento no han faltado media docena de rosas por lo menos, que se ofrecen a diario para ser cortadas y puestas en orden de amor y de perfección sobre la tumba de este franciscano de marfil, que sueña desde su cuerpo muerto la rosa viva, como fragante expresión continuada de su obra. Pétalo a pétalo, han ido naciendo desde el dia siguiente de la muerte de don Jacinto rosas frescas en El Torreón […]. Fuente: «Las Rosas de El Torreón». Hemeroteca ABC. 14 de julio de 1955.
Jacinto Benavente: «Por mortaja, quiero el sayal franciscano. El Santo de Asís es buen amigo mío. Hemos reído y hemos jugado Juntos por caminos de luz; esos caminos de les sueños, que se abren entre circuios de luz, colores astrales. Entre mis manos poned una cruz, y una rosa… y después…». Así hizo su testamento Benavente hace muchos años.
Fragmento de nuestro apartado «La Finca»
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